30 agosto 2007

El sueño de Naia

A continuación, dejo una historia que hize para el concurso de LitEOL 2007, en el que quede 4ª en la sección de relato ^^. Espero que os guste!



El aspecto del sofá a la luz de aquella tarde veraniega no tardó en encandilar a la joven Naia y a sus quebraderos de cabeza, que pedían a gritos algo de descanso después de tanto esfuerzo en una carta que se había repetido docenas de veces, con mil comienzos distintos y sin que ninguno se hubiese enlazado a un fin. Así pues, se tumbó y cerró sus párpados procurando olvidar por un instante la fiesta de cumpleaños a la que llevaba meses queriendo ir y en la que vería de nuevo aquellos ojos color esmeralda, aunque esperando no quedarse dormida para no llegar tarde a la cita. Su cabeza se vació de todo pensamiento en búsqueda de algo de paz...

Tanto fue así que, de repente, la voz de un hombre la despertó.
-“¿Estás bien?” había repetido un par de veces un acento inglés que la joven no llegaba a reconocer como familiar. Naia se dio cuenta de que estaba tirada en medio de una calzada. Se incorporó con ayuda de aquel hombre y miró a su alrededor.
-“¿Dónde estoy?” preguntó ella realmente desorientada.
–“¡Oh! Así que eres otra visitante. Últimamente venís muchos por aquí. Bien, me presento. Soy Sir Berkley y estás en el otro lado de las cosas.
La respuesta de aquel hombre rechoncho y con bigote, ataviado con un traje azul celeste y sombrero de copa a juego, no hizo sino desconcertar más a la chica quien se apresuró a asegurar que estaba soñando. Naia repitió en voz baja el lugar donde se suponía que estaba como si eso le fuese a traer a la memoria algún lugar familiar.

-Mira a tu alrededor- dijo el caballero- ¿ Reconoces algo? En este lugar están presentes todas aquellas cosas que en el mundo real se han eliminado, cancelado y dejado a medias e incluso aquellas que aún no se han llegado a descubrir. Este mundo crece cada día más y más, y su límite está allí donde yace nuestra imaginación y nuestros errores.

Naia miró a su alrededor y vio edificios antiguos que convivían con los más extravagantes bajo una curiosa armonía que parecía no romper el encanto de aquella calle. Sir Berkley se ofreció a dar un paseo con la joven para ayudarla a poner en orden sus nervios. Ella estaba fascinada por todo lo que rozaba cada uno de sus sentidos.

En la calle, músicas maravillosas salían de aquellas extrañas casas, interpretadas por instrumentos desconocidos para Naia. Cuando miraba al cielo, podía ver nubes de varios colores, especies de cometas que parecían meros hologramas y otros artilugios voladores que atravesaban la atmósfera a gran velocidad. En la tierra, los parques con árboles cuyas hojas rehacían el concepto de “deshojarse” al ir del suelo a su correspondiente rama encandilaban a la joven; al igual que las fuentes de pétalos, flores nunca vistas, niños jugando con extrañas y mágicas criaturas...

De repente, una de aquellas casas que parecían salidas de un cuadro pop-art desapareció a su paso. Ante el susto de la joven, Berkley dijo:

-¡Oh! No te preocupes. Como ya te dije, nuestro mundo crece ... pero a la vez disminuye. Cada vez que un proyecto se lleva a cabo, o que alguien inventa una de las cosas que aquí ves, simplemente desaparece para dejar espacio a otra nueva. – Pero Naia apenas había escuchado con atención las últimas palabras del hombre, ya que un letrero enorme en una librería había captado su atención. Corrió hasta el escaparate sonriendo y se alegró al leer el anuncio de la presentación de un nuevo libro de su escritor favorito, el cual se había retirado definitivamente hacía un par de años. En la portada había un hombre con un aspecto idéntico al del señor Berkley y entonces comprendió el aspecto cómico de éste; se trataba de un personaje de cuento. Sonriendo volvió a donde se había separado del hombre imaginando las historias que le esperarían entre aquellas páginas que algún día leería con emoción.

Entonces, los jardines de un edificio de aspecto catedralicio se abrieron ante ellos. La joven no encontraba clasificaciones para aquella arquitectura que parecía sacada de un cuento de hadas. El majestuoso edificio debía constar de numerosísimas alas y torreones, recubiertos de múltiples gárgolas y adornos arquitectónicos.

-¿Dónde estamos? – Preguntó la joven.

-Pequeña, estás ante la que te aseguro que es la mayor biblioteca que jamás pueda existir. En ella se guardan todos los libros que murieron entre las llamas de la censura, las envidias y la ignorancia; aquellos que fueron empezados y no terminados y los que sí lo fueron pero nunca vieron la luz. Si mal no recuerdo, esta biblioteca crece cada día unos 300 metros cuadrados. – Naia quedó fascinada ante la nueva información que había recibido, lo que no hizo sino acrecentar sus ganas de recorrer los enormes pasillos de piedra y mármol de aquel tremendo edificio.

-Bueno, lo siento, pero debo despedirme ya señorita. ¡Me esperan unas aventuras en la India! Un placer, ¡Espero que encuentres lo que estás buscando!

Tras despedirse con un par de corteses besos, Naia atravesó el sendero que se adentraba en aquel jardín y llegó a la recepción de la biblioteca pensando en aquella última y enigmática frase que el hombre había dicho poniendo fin a su encuentro.

Frente a ella, en la pared, podían leerse los numerosos departamentos en los que estaba dividida la biblioteca. Sin embargo, hubo uno que le resultó de gran interés y al cual se dirigió. Tras subir 3 pisos de escaleras de piedra color arena, llegó. “Diarios. De la K a la T”. Preguntó a una señora con aspecto de típica bibliotecaria sesentona y con gafas anticuadas si le podía indicar dónde se encontraba la letra N. La mujer, como era previsible, contestó mirando por encima de sus lentes. Siguió sus instrucciones y entró en una enorme sala iluminada por una cúpula de cristal de diversos colores. Comenzó a cotillear las estanterías leyendo los nombres de aquellos libros. Todos eran nombres propios. Entonces, la sorpresa le hizo pararse en seco. Ante ella, una larga fila de libros llevaban su nombre en el lomo acompañados de una pareja de fechas, que correspondían con el día en que se escribieron la primera y la última página de cada diario. Tomó el primero y comenzó a leer lo entusiasmada que estaba por su séptimo cumpleaños y aquel regalo que su abuela le había hecho. Un diario. Sin duda, ésa era su letra y ésas habían sido sus palabras 11 años atrás. En seguida buscó el que correspondía con el día en que vivía, 10 de abril. Lo abrió y pudo leer el comienzo de una declaración de amor que le resultaba algo familiar, pero que, en esta ocasión, no se había quedado a la mitad, como tantas otras veces. Continuó leyendo, satisfecha porque al fin hubiese logrado plasmar sus sentimientos por Jorge de un modo ordenado y no demasiado empalagoso. Sin dudarlo un momento, aunque desconociendo realmente los motivos que le llevaron a ello, arrancó aquellas hojas y las metió en su bolsillo.

Entonces un detello llamó su atención y la luz de aquella colorida bóveda aumentó hasta convertirse en una cegadora luz...

Naia abrió los ojos y descubrió un sol que comenzaba a despedirse del cielo y que le estaba dando de lleno en las pequeñas pecas que adornaban el contorno de sus ojos, y hacían relucir las llamas de su ardiente melena pelirroja. Se levantó y dos hojas arrugadas y de color anaranjado cayeron a sus pies mientras sus brazos se estiraban hasta casi separarse del cuerpo. Sorprendida e intrigada, la joven recogió aquellos papeles y se puso a leerlos. Rápidamente identificó su declaración de amor y se sentó de nuevo sin comprender aún cómo habían llegado esas hojas hasta su bolsillo. Tras una carcajada que mezclaba alegría y estupefacción miró el reloj sonriendo mientras se ponía en pie y decía “Aún hay tiempo”...

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