06 diciembre 2006

Sekaiyume

Cap 1

Despertó otra vez con ese sudor frío rondándole la frente, con el corazón golpeando fuertemente el pecho. Leila miró la hora en el despertador; las seis en punto de la mañana, como cada noche. De nuevo esa sensación de angustia sin saber el motivo. ¿Qué había soñado? Ya era la cuarta vez en esa semana. Apenas recordaba imágenes borrosas. Una hoguera, una mirada hacia un cielo plagado de estrellas, y una luz brillante color morado eran los resultados de sus esfuerzos por recordar el sueño.

Intentó seguir durmiendo pero había muchos interrogantes rondando su cabeza. Bajó a la cocina a desayunar y a prepararse para ir a clase. Papá ya estaba despierto, leyendo el periódico, esperando que se hiciese la hora de ir a trabajar. Extrañado por la hora a la que su hija se levantaba, y tras el típico y forzadamente alegre “¡Buenos días!” preguntó:

-¿Te encuentras bien?¿Qué haces levantada tan pronto, hija? No será por ese chico....

-No papá, no te pongas pesado, simplemente... me desperté y no tenía más sueño.

Al chico al que su padre se refería era Kusanagi, un joven con raíces japonesas que la llevaba gustando desde que llegó al barrio. Apenas habían intercambiado unas palabras desde entonces pero había algo en él que atraía a Leila enormemente. No conseguía comprender exactamente el qué, quizá era precisamente eso, su misterio. El beso en la mejilla de su padre como despedida hasta el mediodía la despertó de sus pensamientos.

-¡Pásalo bien en el último día de clase, hija!- dijo su padre cuando se metía al coche.

Leila se quedó petrificada durante unos segundos.¿Cómo había podido olvidarse de eso? ¡El mejor día de todo el curso! Se apresuró a subir las escaleras y buscar el modelo ideal para ir al último día de escuela. Tenía que estar perfecta para cuando la diesen sus notas. Leila era una buena estudiante, aunque no precisamente de las que pasaban todas las tardes estudiando, simplemente retenía muy bien la información. Esto la causaba algunos problemillas, es especial con los típicos matones del instituto enfrascados en la más absoluta ignorancia. Pero a ella la daba igual, porque sabía que uno de los dones más grandes que se podían poseer era la inteligencia, y creía que sería absurdo malgastarlo en gente inútil . Una vez vestida, pasó el tiempo que la quedaba para ir al insti leyendo una revista. Después fue a buscar a su mejor amiga, Aisha, la cual la recibió dando saltos de alegría porque al fin había llegado el día que tanto llevaba esperando. Aisha era una chica muy alegre a la que la encantaba relacionarse con los demás y salir de fiesta. Era una de las chicas más populares de su instituto y se llevaba bien con todo el mundo, además, siempre defendía a su amiga cuando alguien se metía con ella. Poco después de llegar al instituto, una silueta alta y corpulenta interrumpió la entrada de las dos jóvenes en su clase:

- Vaya, vaya. Que guapas venis las dos hoy

- Dejanos pasar, Edgar- dijo Aisha al que ellas llaman “el rey de los idiotas”, el jefe del pequeño ejército de ignorantes que tenían en su clase.

- Eso depende... quizá si la empollona pero guapa de tu amiga se precia a acompañarme al baño... podamos negociar

Leila y Aisha se miraron con una mueca que denotaba asco y una mirada que indicaba una perfecta comunicación telepática entre las dos. Entonces, una voz que Leila había ansiado escuchar tantas veces dirigiendo palabras hacia ella, dijo:

-Apartate y dejalas pasar. No creo que quiera darte un beso ni tu madre, Edgar, tiene que tener mucho valor.

El matón cedió ante las palabras de Kusanagi, ya que sabía que era mucho más fuerte que él, como le había mostrado tantas veces. Las chicas le miraron expectantes, como esperando alguna palabra para ellas, pero ni siquiera las miró y entró en clase. Leila y Aisha se miraron y entraron en clase, dejando atrás los gruñidos de Edgar.

Cap.2

Aquella noche, los alumnos de la más alta cumbre social del instituto, entre ellas Aisha, habían organizado una fiesta de despedida con hoguera incluida, coincidiendo con el día de San Juan. No era ninguna novedad, sino una tradición desde hacía décadas. Leila estaba harta de que cada año su padre le contase las mismas historias en las que rememoraba una época ya pasada, su tan añorada adolescencia, cuando conoció a su madre, Elena. Apenas sabía mucho de su madre, ya que murió en el parto; tan sólo los viejos recuerdos, las cartas de enamorados, y algunas fotos que conservaba nostálgicamente su padre, enterrados en un cajón de su mesilla de noche. Para Alejo, el padre de Leila, aquel reducto de recuerdos del pasado, era el más preciado de sus tesoros. Muchas noches Leila había visto con tristeza a su padre releyendo las viejas cartas en el jardín, bajo la luz d unas estrellas que brillaban en verano más que nunca.

Después del reparto de notas, las dos amigas regresaron a sus casas; algunas con mejor cara que otras pero con una gran dosis de impaciente alegría por la llegada de la noche. Cuando Leila llegó a su casa, la mesa ya estaba preparada para comer.

-¿Eres tu, hija? ¿Qué tal esas notas?- dijo Alejo

-Bueno, ya sabes, igual que siempre.- replicó Leila a la que las notas era un tema que la daba bastante igual.

-¡Ni que fueran malas! Estoy orgulloso de ti. Y...como ya me esperaba unos resultados como estos... he decidido hacerte un pequeño regalito. – Alejo salió de la cocina, cogió un pequeño paquete de la mesa del salón y se lo entregó a su hija con una sonrisa de oreja a oreja.

-Oh papá... sabes que no me gusta que me regales cosas por mis notas...

El envoltorio le era vagamente familiar: color rosa pálido, con el papel muy arrugado y un breve “¡Enhorabuena!” escrito a pluma, cuya adornada y elaborada caligrafía se asemejaba a la de las cartas de adolescencia de su madre. Leila lanzó una mirada de sorpresa y curiosidad a su padre. Desenvolvió lentamente el pequeño paquete, con delicadeza, y descubrió una caja de cartón duro color rojo. Abrió el pequeño tesoro y dentro, encontró un colgante de un hada con los ojos cerrados y que sostenía entre sus manos, contra el pecho, una pequeña piedra rosa, casi transparente. Leila recordaba ese colgante. Lo vio una vez, hacía varios años, en una tienda de antigüedades que frecuentaba con su padre los fines de semana, para descubrir las antiguas bellezas que la gente vendía al propietario de la tienda, y que más tarde, eran mimadas y cuidadosamente restauradas por el maestro anticuario, el señor Rhomén, viejo amigo de la familia.

Paralizadaza, Leila no sabía qué hacer.

-Papá... es precioso. Casi ni lo recordaba... ¡muchísimas gracias!

-¡De nada! Como diría el señor Rhomén, “una bonita joya para una bella joven”.- argumentó Alejo mientras guiñaba el ojo al que él consideraba la joya más valiosa.

1 comentario:

Yohiro dijo...

Muy chula! tienes que seguir con la historia ^^ . Aunque yo me he leido hasta el 3 :P.

Un beso!!